
Lo recuerdo tal como si me estuviera pasando en este mismo instante, un recuerdo tan vivo, un incidente que me marcó de por vida. Fue una mañana de un 23 de octubre de 1987, todavía no amanecía, era una de esas mañanas primaverales en que se podía disfrutar de la frescura matinal todavía arropado por la oscuridad que empezaba a menguar a medida que corrían los segundos. Yo iba paseando, como era mi costumbre, a través de la plaza de la victoria después de haber recogido mi café y el diario del quiosco de Don José. Yo paseaba tranquilamente entre los árboles de la plaza que lentamente iban adquiriendo color gracias a los preciados rayos del sol, que ya, incluso a esas tempranas horas de la mañana, hacia sentir su caluroso abrazo. Estaba por salir de la plaza, que me llevaría devuelta a mi hogar, cuando la escuche, escuche la canción más bonita y melodiosa que había escuchado en mi vida. Era una melodía totalmente desconocida para mi, y eso que yo trabajaba los martes por la noche de ayudante en el teatro Maestro Andreaux donde se hacían conciertos periódicamente en beneficencia de distintas instituciones, por lo tanto había escuchado todo tipo de canciones, todas menos esa. Era una melodía alegre pero que a la vez inspiraba tristeza, o más que tristeza inspiraba nostalgia, una nostalgia que hacía recordar los momentos más bellos que hemos vivido. En ese momento me acorde de mi primer amor, una muchacha de cabellos rubios y ojos verdes que sentada en las rocas de una pacifica playa me invitaba a sentarme a su lado para juntos mirar el ocaso, me acorde también de la primera vez que vi el mar, de la inmensa paz y tranquilidad que las olas me daban, además vi mi graduación, mi matrimonio, el nacimiento de mis hijas y hasta vi uno de mis más preciados recuerdos, la noche en que conocí a mi mujer, los dos acostados sobre la hierba observando la infinidad del cielo nocturno, pensando en lo poco simples e insignificantes que podemos llegar a ser, que buenos recuerdos, que sin saberlo habían aparecido frente a mi mientras escuchaba esta melodía que embriagaba todos y cada uno de mis sentidos. Esta melodía, de pronto, se incorporo a una canción, una canción cantada en un idioma que no conocía, pero que aun así era capaz de entender y recitaba algo parecido a – Salaman Eyun Aiesis – nunca supe lo que quería decir pero aun así, algo en mi interior entendía perfectamente lo que esas tres palabras repetidas querían decir. Embelesado por esta melodía que apelaba hasta mi alma, trate de encontrar de donde procedía, mas no pude encontrar una fuente precisa, si no que era algo que parecía salir de la nada que llenaba todo pero que no salía de ningún lado por mas que yo tratara de encontrar su fuente, me encontraba solo. Pase largas horas dando vueltas por esa plaza intentando escuchar un poco más de esa melodía que lentamente se apagaba, como si le hubieran quitado el oxigeno a una llama y ya no pudiera seguir ardiendo, hasta que ya no hubo nada, literalmente nada, un silencio tan grande que me pareció ensordecedor un silencio que se sentía como un vació que luchaba frenéticamente por llenar cada uno de los poros de mi cuerpo. Después de un par de minutos de infructuosa búsqueda decidí regresar a mi hogar, mas al llegar parecía haber olvidado el incidente siendo lo más curioso que no había pasado nada más que diez minutos desde que había bajado a recoger el café y el diario, mientras que sentía no se porque como si me hubiera tardado una eternidad en llegar a mi casa. Seguí con mi vida normal, trabajando para el Señor Juárez y ayudando en el teatro los martes por las noches. Pasaron los años, mis hijas se casaron y hoy soy el dichoso abuelo de 3 bellos nietos, uno de ellos que lleva mi propio nombre: Agustín. Y como ocurrió aquel día hace ya unos treinta años baje por mi café y mi diario y nuevamente al cruzar la plaza empecé a escuchar aquella melodía, pero esta vez la melodía fue más intensa, una melodía que mi corazón pareció reconocer. Yo me senté en una banca tranquilamente a escucharla y tal cual volví a recordar, mis recuerdos empezaron a brotar de lo mas profundo de mi ser, vi cielos, y mares, y estrellas y paisajes y noches y días y mil y otras cosas que zumbaban frente a mi mientras me dejaba llevar por las mismas tres palabras – Salaman Eyun Aiesis – tres palabras que en esta ocasión comprendí perfectamente, pero, que en esta ocasión no tuve que buscar su fuente, sino que esta vez la melodía venia hacia mi, y sin dudar me deje llenar una vez más de la ultima bella canción que mi corazón escucharía, sentado en aquel banco de la plaza sentí como mi cuerpo se aligeraba, como tenia esa sensación de poder volar lejos muy lejos a tierras desconocidas hasta ese momento para mi. Pero nuevamente la música se desvaneció y estaba yo sentado en una banca en medio de la plaza sin saber porque, con la única idea en mi cabeza de volver a ver el ocaso desde los roqueríos de San Martín, y hoy, como guiado por la canción que escuche ayer, me encuentro sentado mirando el ocaso desde las rocas de mi infancia, la melodía llama por mi, mi corazón se deja llevar, mis recuerdos parecen no querer abandonarme, pero yo miro el ocaso y una paz infinita inunda mi mirar, una paz nunca antes sentida, una paz que te hace sentir como que has cumplido con todo lo que viniste a hacer, sientes que no te queda trabajo pendiente y simplemente me entrego a esta sensación, pero ya no escucho la melodía si no que esta vez la melodía brota de mi, la melodía tantas veces escuchada y anhelada brota de lo más profundo de mi ser, la canto a viva voz, sin comprender todavía por qué, pero la canto y como una mano que se me ofrece en ayuda me levanto y la sigo caminando hacia el ocaso, caminando hacia donde ya no da más la mirada, caminando hacia el fin, caminando rodeado por la belleza más grande que pudiera existir y por fin comprendí la melodía, comprendí su significado, un significado que tan solo estamos destinados a descubrir en el momento preciso, no antes y no después, comprendí lo que quería decir, y así en la paz más inmensa y por fin comprendiendo aquella melodía no hice más que asentir y cerrando mis ojos por ultima vez me entregue, me entregue a un vació infinito, pero un vació bello que llenaba cada rincón de mi ser y como si aquella canción me hubiera sido enseñada con este fin cante su ultimo verso despidiéndome así de todo mi existir, despidiéndome así del mejor que regalo que se me pudo conferir, despidiéndome así del vivir rodeado por la más bella melodía que pude oír.
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Bueno aquí les dejé una de mis ultimas creaciones, un cuento, que personalmente es de mis favoritos. Salu2.
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